By Carolina Ojeda
El 06 de diciembre del 2023 recibí el mail de la fortuna. Mi nombre había salido sorteado en la lotería de la edición 50 de la Maratón de Berlín. Por cumplir 50 años, la cantidad de postulaciones se duplicó, así que no tenía tantas esperanzas de salir sorteada. Pero el destino quiso que así fuera.
Cuando planificamos el año con la Vale, definimos que Berlín sería el objetivo principal; aunque también correría la Maratón de Santiago en el primer semestre, todas las fichas de mejora estarían puestas en Berlín.
El 20 mayo, casi 1 mes después de la MDS, comenzó el proceso. Como el invierno es de mis estaciones favoritas, entrenar con frío, lluvia, niebla y oscuridad, no me trauma; sin embargo, desde las primeras semanas noté que la coach estaba apretando clavijas y poniendo a prueba mi cuerpo. Los entrenamientos empezaron a ser un poquito más intensos y el volumen de kilómetros fue subiendo. Paulatinamente, como debe ser, empecé a ver que mis semanas estaban rondando los 70 – 80 kilómetros y, lo mejor, es que el cuerpo y la cabeza se iban adaptando bien.
Además, considerando que una vez más me había quedado sin combustible para los últimos kilómetros de Santiago, recurrí a una nutricionista: como mi plan de alimentación en carrera no estaba funcionando, necesitaba de una profesional. La nutri Regina de Villa (@nutricionistareginadevilla) me preparó una estrategia nutricional y de hidratación durante todo el proceso, para los entrenamientos intensos y los largos y fue un cambio del cielo a la tierra. El círculo virtuoso lo cierra mi querida masoterapeuta Karina Catalán (@masoterapia.deportiva.kari) que me tiene las piernas a punto con cada masaje. A todo esto, hay que sumar las sesiones de fuerza que, religiosamente, realicé 2 veces por semana, así que en promedio acumulé entre 9 y 12 horas de entrenamiento semanal.
Entrenar para cumplir un objetivo específico en maratón –en mi caso, bajar de las 3 horas 34 minutos– requiere de harto compromiso y disciplina y, a pesar de que yo ya venía con estas características, creo que este proceso las reforzó. Es una de las cosas que amo de correr: saber que lograrlo solo depende de mí, que todo lo que sucede alrededor a veces puede modificar el cuándo y el cómo, pero nunca el qué.
Así, fueron cayendo los meses y el proceso fue fluyendo hermoso, con días duros, días que no salían, pero la mayoría de las veces, con carita feliz al terminar.
Y llegó el día del viaje, de sumergirse en la aventura de la expo, de los 5K del día previo, la maravillosa carga de carbohidratos y el sábado de prepararlo todo, descansar y ver películas.
El domingo 29 de septiembre desperté con esa emoción que creo que solo se siente antes de una maratón:
Se junta el nervio, la ansiedad, la felicidad, la perspectiva de que estarás haciendo una de las cosas que más disfrutas por más de 3 horas.
En la línea de partida nos dimos ánimo y calor con la @paulagianinna y mi foco estuvo en salir respetando el ritmo que me había pautado la jefa. La emoción colectiva es tan grande en las maratones –y más aún en las Majors–, que cuesta salir controlando el ritmo. Hace varias carreras que esa emoción me venía pasando la cuenta y no quería repetir ese error, así que me enfoqué y concentré para partir con calma, dejando que cientos de corredores me pasaran. Así, los primeros kilómetros fueron de acomodar y de asimilar que estaba corriendo en Berlín, mi tercera major.
Una de las gracias del circuito de Berlín es que es, en la mayor parte del recorrido, plano (aun cuando hay algunos falsos planos que son más falsos que planos). Por eso, la estrategia de carrera tiene que ser muy inteligente: es fácil caer en la tentación de entusiasmarse y acelerar más de la cuenta en la primera mitad. El plan era correr la primera mitad a 04:55/km y la segunda a 04:50/km para terminar rozando la barrera de las 3 horas 30 minutos. Pasado el kilómetro 35, cuando el cansancio empieza a pesar en las piernas y en la cabeza, solo ansiaba doblar la esquina y ver la maravillosa Puerta de Brandenburgo, porque eso implicaba que me quedaba menos de 1 kilómetro para cruzar la meta. A falta de 6 kilómetro aún, se me acabó el agua que llevaba en mis botellas así es que en el km 39 tuve que casi parar en el punto de hidratación. Tras 3 horas y algo más corriendo a un ritmo parejo, bajar tanto el ritmo juega muy en contra y, después de tomar el agua sentía la inminencia de los calambres. Pero no pasó. Retomé, autoempujándome y pensando en mi plátano y en la Erdinger 0 que me esperaba al cruzar la meta. Hasta que llegó la esquina mágica en que aparece la avenida que corona con la Puerta; y fue dar vuelta la esquina y sentir que las AlphaFly prendían el turbo. Miré el reloj y supe que podía rascar más que algunos segundos al objetivo así que quemé los últimos cartuchos en el sprint final.
Pasar por la puerta fue mágico y traté de alargar ese par de segundos lo más posible, antes de pisar la hermosa alfombra azul que indica que ya está; que los meses de entrenamiento están llegando a su fin. Y en esos metros finales suelo sentir esa mezcla de emoción y de felicidad inmensa, junto con algo de pena o nostalgia por lo que ya fue. Por cuando has tenido 4 meses enfocados en un objetivo, por más exigente y cansador que haya sido el proceso, da pena que se acabe. En esos últimos metros se sienten tantas cosas que es difícil identificarlas todas. Crucé la meta desbordando emoción y alegría porque a lo largo de los 42 kilómetros disfruté, sonreí y corrí una ciudad maravillosa; no tuve dolores y la cabeza no me saboteó. Y más encima superé con creces el objetivo de tiempo que nos habíamos propuesto con la coach, terminando en 3 horas 27 minutos y 39 segundos.
Berlín es una ciudad increíble para conocer y para correr. Y espero que esta no sea la última vez que cruzo esa Puerta ni piso esa alfombra azul, con los brazos en alto y la sonrisa desbordante.
¡Danke, Berlin!
Por: Carolina Ojeda
Maratonista aficionada
Berlin Marathon 2024
@carolaojedam
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